Puedo asegurar,casi con certeza que al menos una vez, has visto u oído hablar del síndrome de lima, y aunque principalmente lo podemos captar poniendo mucha atención en películas o libros, TAMBIÉN HAY CASOS EN LA VIDA REAL.
Antes de comenzar a definir el síndrome de lima,debemos tomar en cuenta que este podría asimilarse al síndrome de Estocolmo, incluso podrían confundirse,por lo qué hay pequeñas diferencias entre uno y otro.
Síndrome de Estocolmo:
El síndrome de Estocolmo es una respuesta psicológica que presenta una persona que ha sido secuestrada, en forma de vínculo afectivo positivo, hacia su captador.
Se trata de un mecanismo adaptativo ante una situación de gran estrés y miedo. Su objetivo, inconsciente, es guardar un equilibrio ante la situación de indefensión durante el cautiverio. Según Rizo-Martínez (2018) el raptor somete a su víctima a un estado de terror extremo, por lo que, el impulso de vivir de las víctimas les hace crear un contexto afectivo para intentar controlar la situación.
A diferencia del síndrome de lima, se trata de la parte contraria,así es. LE SUCEDE AL SECUESTRADOR.
También es una respuesta psicológica, pero esta vez le ocurre al secuestrador. Este siente compasión y empatía hacia el secuestrado. Es decir, crea cierto vínculo emocional, preocupándose por su bienestar.
¿Cuáles son entonces las principales características de este síndrome?
Hablamos de un mecanismo contrario, en este caso, el secuestrador atenta contra la voluntad de la víctima pero al mismo tiempo se preocupa por ella.
* Evita dañar a la víctima
*
* Concede ciertas libertades,hasta que al final la termina dejando totalmente libre
* Socializa con la víctima y expresa sentimientos
* Es normal que desarrollen la sensación de deseo o atracción
* En ocasiones el secuestrador llega a pensar que no comete ningún delito, por qué más que dañar, salvaguarda a la víctima.
ESTE SÍNDROME SE DESARROLLA COMO UN MECANISMO DE DEFENSA PARA EVITAR EL SHOCK EMOCIONAL.
REFERENCIAS
Ballús, C. (2002). A propósito del síndrome de Estocolmo. Medicina Clínica, 119, 174.
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