Es común escuchar que el consumo de drogas es moralmente reprobable debido a los múltiples daños que producen en los individuos que las toman. Así, suele decirse que el consumo intenso de drogas arruina el carácter del ser humano, deteriora la dignidad, agota el sentido de responsabilidad o disminuye la productividad, pero, sobre todo, suele argüirse que quien consume drogas se vuelve un esclavo de ellas, pierde su capacidad para tomar decisiones autónomas así como el control sobre sus propias acciones.
La potencia innata de la sustancia convierte inevitablemente al adulto en un adicto. Debido a su adicción, los consumidores deben ser considerados y tratados como enfermos. Esto justifica que se vea el tema de las drogas como un problema de salud pública en el cual tiene que intervenir el Estado.
El prohibicionista sostiene entonces que el Estado está legítimamente autorizado para prohibir y penalizar el uso de las drogas en aras de proteger la autonomía individual de los ciudadanos; es decir, tiene la autoridad para restringir la autonomía de quienes quieren consumir drogas con el fin de salvaguardar dicha autonomía.
Como lo expresa el filósofo Douglas Husak, "los consumidores de drogas deben ser protegidos de sí mismos".
Una persona que consume drogas realiza una acción que representa un daño a sí misma, puesto que consumir drogas produce adicción y una adicción es una enfermedad.
Al ser una enfermedad, el consumidor no tiene control sobre su deseo de tomar drogas ni sobre el comportamiento resultante de su deseo. Por lo tanto, el Estado tiene razones suficientes para intervenir en la vida privada de ese individuo y coaccionarlo para que no consuma drogas.
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