Algunos investigadores continúan cuestionándose si el TAP constituye un trastorno de la personalidad distinto y separado de la psicopatía o bien si los psicópatas no son más que la demostración de formas graves de TAP (Coid and Ullrich, 2010). Sin embargo, más recientemente, otros investigaciones han sugerido que el TAP con y sin rasgos psicopáticos prominentes pueden ser dos síndromes distintos, dadas las diferencias entre estos grupos en la asociación entre la disfunción emocional y el comportamiento criminal (Kosson et al., 2006).
La distinción entre el TAP y la psicopatía puede ser en ocasiones confusa dado que algunas de las características son comunes a ambos trastornos, como, por ejemplo, la conducta antinormativa crónica, si bien, a grandes rasgos, el diagnóstico de TAP se centra principalmente en una conducta socialmente desviada y delictiva mientras que la psicopatía presenta un conjunto de alteraciones conductuales, afectivas e interpersonales (Riser and Kosson, 2013). No obstante, el TAP y la psicopatía comparten un incremento del riesgo en el consumo de sustancias, tendencia a la criminalidad, resistencia al tratamiento y alta probabilidad de recidiva (Riser and Kosson, 2013).
Sin embargo, los estudios sugieren que hay notables diferencias entre los individuos con TAP sin rasgos psicopáticos y los psicópatas, tanto en el dominio cognitivo como emocional. Los psicópatas, y no los TAP, presentan una reducida facilitación de decisiones léxicas por estímulos afectivos, déficits en la potenciación de sobresalto utilizando señales de aversión, y una reducida reactividad a las expresiones emocionales faciales (Baskin-Sommers and Newman, 2014; Riser and Kosson, 2013).
Durante el transcurso de la reformulación del manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales en su 5ª edición (DSM-V), el grupo de trabajo de los trastornos de la personalidad, planteó inicialmente incorporar el trastorno psicopático dentro de la clasificación diagnóstica, dado que numerosos estudios han demostrado la validez del constructo clínico, de forma que se proponía un cambio de nomenclatura a Trastorno de la Personalidad Tipo Antisocial/Psicopático. Finalmente, no se produjo este cambio y la Psicopatía al día de hoy no consta como tal en el manual DSM-V pero los encargados de la elaboración del manual reflejaron la importancia de considerar los rasgos DI (dureza e insensibilidad emocional) que se caracterizan por una reducida culpabilidad, empatía y dificultades de vinculación con iguales como factores de riesgo para desarrollar formas más persistentes y severas de la conducta criminal.
De modo que dentro de la categoría diagnóstica de los trastornos de conducta del DSM V, se ha introducido el especificador “con emociones prosociales limitadas” (falta de remordimientos o culpabilidad, insensible y carente de empatía, despreocupado por su rendimiento y afecto superficial o deficiente). Se estima que un 4% de la población infantil presenta un trastorno de conducta (DSM V) y que de éstos entre un 32-46.1% tienen rasgos DI, por lo que existe mayor riesgo de desarrollar psicopatía en la edad adulta.
Siendo considerada la psicopatía como un trastorno del desarrollo (Blair, 2010).
Podemos concluir que la relación entre los criterios de psicopatía y de TAP es asimétrica (Hare, 2006; Torrubia and Cuquerella, 2008). Así, mientras que casi todos los psicópatas cumplen criterios de TAP, sólo una parte de individuos que cumplen criterios de TAP serían psicópatas. Muchos delincuentes encarcelados tendrían un diagnóstico de TAP, mientras que menos de la tercera parte de ellos podrían ser diagnosticados de psicópatas. En consecuencia, los psicópatas forman un subgrupo específico de personalidades antisociales caracterizado por el alto riesgo de violencia y de reincidencia delictiva (Hemphill et al., 1998).
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