Es común que los profesionales y estudiosos de otras disciplinas confundan los términos “psicología” y “psiquiatría”. Muchos psiquiatras, al igual que los psicólogos, trabajan en una variedad de escenarios que los ponen en contacto con personas acusadas de haber cometido delitos o con convictos. Evalúan a los inculpados, brindan testimonio experto en los tribunales y dan tratamiento en la comunidad o en instalaciones correccionales. A los psiquiatras y psicólogos que están estrechamente relacionados con los tribunales y con otras instituciones legales a menudo se les conoce como psiquiatras forenses o psicólogos forenses.
Con frecuencia se cree que los conceptos y las teorías de psiquiatría son principios aceptados en el campo de la psicología. Sin embargo, las dos profesiones a menudo ven los objetos de estudio de forma diferente y explican el comportamiento criminal de distinta manera. Parte de esa diferencia se debe a la disparidad en los requerimientos de formación académica para ambas profesiones. A diferencia de los psicólogos, quienes han obtenido el grado de doctor en psicología —ya sea con orientación a la investigación o a la práctica clínica— o en educación, además de haberse capacitado especialmente en investigación o en alguna área específica de la psicología, los psiquiatras primero obtienen el grado de doctor en medicina y realizan su internado al igual que otros médicos. Luego, durante un programa de residencia que tiene una duración promedio de cuatro años, reciben capacitación específica en psiquiatría —enfocándose a menudo en el diagnóstico y tratamiento de individuos en escenarios forenses— en clínicas y hospitales psiquiátricos que cuentan con unidades especiales para personas acusadas de delitos y que sufren trastornos mentales. Se entiende, pues, que esa capacitación médica alienta a adoptar un enfoque bioquímico y neurológico para explicar la conducta humana, lo cual se refleja con frecuencia en las teorías psiquiátricas del comportamiento criminal.
Los psiquiatras son doctores en medicina, y por definición pueden prescribir medicamentos, con mayor frecuencia fármacos psicoactivos, los cuales representan un grupo de medicamentos que tienen efectos significativos en los procesos psicológicos, como las emociones y los estados mentales del bienestar. En la actualidad, la mayoría de las entidades de Estados Unidos no otorgan a los psicólogos esos privilegios de prescripción. En 2002 Nuevo México se convirtió en la primera entidad de Estados Unidos en permitir a los psicólogos con capacitación específica prescribir medicamentos psicoactivos (fármacos elaborados para tratar problemas psicológicos). Luisiana, en 2004, fue el segundo estado. Quienes están cualificados para prescribir fármacos se denominan “psicólogos médicos”. En 2014 Illinois se convirtió en el tercer estado en otorgar privilegios de prescripción limitados a psicólogos clínicos autorizados con capacitación especializada avanzada. Sin embargo, los privilegios de prescripción tienen ciertos límites: no se debe prescribir fármacos de ese tipo a niños o adolescentes, como tampoco a adultos de 66 años o mayores, ni a ciertos grupos de personas, como mujeres embarazadas o personas con discapacidades intelectuales o de desarrollo.
En años recientes, la criminología psiquiátrica tradicionalmente ha seguido la corriente freudiana, psicoanalítica o psicodinámica. El padre de la teoría psicoanalítica del comportamiento humano fue el médico neurólogo Sigmund Freud (1856-1939), cuyos seguidores se denominan freudianos. Muchos psicoanalistas contemporáneos siguen una versión modificada de la posición freudiana ortodoxa y por consiguiente se hacen llamar neofreudianos. Otros psicoanalistas siguen los postulados de Alfred Adler y Carl Jung, quienes se apartaron del pensamiento de Freud y desarrollaron diferentes teorías acerca de la condición humana. Un psicoanalista con gran influencia en tiempos recientes es Erick Erikson, quien formuló una teoría del desarrollo que incluye ocho etapas secuenciales. De acuerdo con Erikson, la identidad del yo se alcanza gradualmente al enfrentar metas positivas y riesgos negativos durante ocho etapas a lo largo de la vida. El grado de logro en la identidad del yo —o el progreso de un individuo para alcanzar esas etapas— puede influir en la tendencia a cometer delitos.
Sin embargo, es menos probable que los psiquiatras contemporáneos interesados en el estudio del comportamiento criminal tengan una orientación psicoanalítica. Muchos se basan en la investigación y trabajan en equipos junto con psicólogos y con otros profesionales de la salud mental. En general, los psiquiatras, con algunas excepciones (por ejemplo, Szasz y sus seguidores, 1974) reciben una gran influencia del modelo médico de la enfermedad mental. Muchos de ellos están de acuerdo con las categorías de diagnóstico descritas en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5) (American Psychiatric Association, 2013) o en un esquema de categorías similares, la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE), publicada por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Como se analizará en capítulos posteriores, algunos diagnósticos están asociados con tipos específicos de delitos, pero eso no debe hacer suponer que las personas con esos trastornos mentales tienen mayor propensión a cometer delitos que quienes no los padecen. Más aún, cuando los delitos son perpetrados por individuos con trastornos mentales, es probable que —en la mayoría de los casos— estuvieran presentes otros factores de riesgo, como abuso en el consumo de sustancias tóxicas o comportamiento violento anterior al trastorno mental
(Peterson, Skeem, Kennealy, Bray y Zvonkovic, 2014). Los investigadores estiman que menos de 10 por ciento de los delitos cometidos por personas con trastornos mentales fueron producto de su enfermedad (Peterson et al., 2014).
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